ESTAMOS EN UN TITANIC
Edgar Morín, Director Emérito del Centro Nacional para
la Investigación Científica, París, Francia.
Hay dos conceptos de desarrollo. El concepto que fue usual durante muchos años era la idea de que el desarrollo tecno-científico, económico, basta para remolcar, como una locomotora, los vagones de todo el tren del desarrollo humano, es decir: libertad, democracia, autonomía, moralidad. Pero, lo que se ve hoy día, es un hecho que estos tipos de desarrollo han traído muchas veces subdesarrollos mentales, psíquicos y morales. Es evidente que el problema fundamental es el desarrollo humano, que debe ser un concepto multidimensional. Hay un concepto promedio, el concepto enmendado del desarrollo únicamente técnico. Fue en cambio la idea del desarrollo sostenible, la que introdujo la idea del porvenir del planeta, del porvenir de los seres humanos, y también la necesidad de la salvaguardia vital de los humanos, que es una consideración ética. Pero, debemos ver, ante todo eso que resulta del desarrollo técnico-económico. Muchas veces fue el individualismo, en el sentido de pérdida de las solidaridades tradicionales; el egocentrismo, que también destruye y olvida las solidaridades, y que se consagra únicamente a su propio interés; la pérdida de muchas aptitudes polivalentes del ser humano por la hiper-especialización de cada persona, la pérdida de muchas facultades por la adaptación y para enfrentar su destino. Se puede decir también que un cierto tipo de alfabetización no consistió solamente en el hecho de enseñar el lenguaje, de enseñar cultura, sino se caracterizó también por el hecho de rechazar, de despreciar culturas orales multimilenarias, que no sólo tenían supersticiones, sino que también saberes y sabidurías. En este desarrollo, tal como podemos verlo en los países llamados desarrollados (o más desarrollados), hay la disminución del sentido de la responsabilidad personal, y hay muchas más cuestiones contraproducentes, como lo decía hace treinta años Ivan Illich, en todos los sectores: la polución urbana, la burocratización de las actividades, la hiper-especialización de la medicina que olvida las personas, todos los defectos, y enfermedades de la vida cotidiana. Pienso que la incapacidad profunda de estos tipos de desarrollo es que están basados únicamente en la cuantificación, el cálculo, y consideran el bienestar humano únicamente en términos cuantitativos y monetarizados. No se ven los problemas de las calidades de vida, y la calidad misma de la vida, que escapan a la cuantificación. Sabemos, por ejemplo, que un tipo tradicional antiguo de agricultura familiar polivalente era una economía que permitía subsistir con un pequeño sector monetarizado para los intercambios. ¡Es una vida menos fea que la vida de una persona que se encuentra sin dinero en las villas miserias, callampas o favelas, en un mundo totalmente monetarizado! Podemos decir entonces que el desarrollo, en el sentido únicamente técnico y económico, provoca la agravación de las dos pobrezas – la pobreza material para tantos excluidos, y también una pobreza del alma y de la psiquis. Desarrollo humano significa entonces integración, la combinación, el diálogo permanente entre los procesos tecno-económicos y las afirmaciones del desarrollo humano, que contienen, en sí mismas, las ideas éticas de solidaridad y de responsabilidad. Es decir que hay que pensar de nuevo el desarrollo para humanizarlo. ¿Cómo integrar la ética? No se puede hacer una inyección de ética como se hace una inyección de vitaminas en un cuerpo enfermo. El problema de la ética es que debe encontrarse en el centro mismo de este desarrollo. La ciencia, la técnica y la economía están fundadas en el hecho de su aislamiento de la ética. Veamos la ciencia y sus orígenes. El desarrollo de la ciencia occidental, a partir del siglo XVII, necesitaba la eliminación de la ética, y sólo salvaguardar la única ética de conocer por conocer. ¿Y por qué debía hacerse esta eliminación? Porque en el siglo XVII y en los primeros siglos de la ciencia, la ciencia debía plantear su autonomía frente a los grandes poderes teológicos y políticos, y la ciencia debe tener únicamente juicios de hecho y no juicios de valor. Pero en dos o tres siglos cambiaron totalmente las perspectivas, porque la ciencia y la técnica pasaron de la periferia de la sociedad al centro de la sociedad. De un papel auxiliar a un papel de motor, de la debilidad a los poderes gigantes hoy día muy bien conocidos de la energía nuclear y de las manipulaciones biológicas. Ahora se plantea entonces el problema contrario del siglo XVII: la necesidad de regular y de controlar éticamente la ciencia. ¿Pero cómo? Como no bastan los comités que tanto se multiplican en la actualidad (como los comités de bioética), es necesaria una regulación ética con ayuda de la política. Pero sabemos muy bien que hoy día hay una disyunción entre ciencia, ética y política. El problema es muy grave, porque ahora debemos buscar acercar estas tres instancias, y además hoy día no bastan regulaciones únicamente nacionales. Puede prohibirse en alguna nación como Francia, el cultivo de células embrionarias con finalidades médicas. Pero ello está autorizado en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. No basta regulación como control en algunos países. Se necesita entonces una regulación a nivel planetario. Pero no hay la instancia planetaria hoy día capaz de hacer estas regulaciones, porque falta una autoridad de este tipo a nivel del planeta. La cuestión de la técnica es muy bien conocida. La polivalencia de la técnica desde la prehistoria, donde la posibilidad de hacer instrumentos para el trabajo daba al mismo tiempo la posibilidad de hacer armas para matar. Pero hoy día el desarrollo de las máquinas, de la técnica, no es únicamente un desarrollo que tiene la posibilidad de domesticar las energías físicas y de la naturaleza al servicio de los humanos; es también un desarrollo que ha domesticado los humanos al servicio de las máquinas –es decir, a obedecer a la lógica de las máquinas, que es la hiper especialización, la cronometrización, y el mecanicismo o determinismo mecanicista. Hay hoy día en nuestras sociedades una mentalidad adaptada muy bien para controlar y para conocer las máquinas artificiales, pero que no sirve para controlar y para conocer los seres humanos. Porque los conocimientos que se basan únicamente en la cuantificación y el cálculo no pueden conocer lo que significa la vida, es decir la pasión, el amor, el sufrimiento, todos los rasgos subjetivos de la Humanidad. La objetividad cuantitativa no conoce lo real, conoce sólo la parte superficial de lo real. Si además vemos ciencia, técnica, economía y beneficios como los cuatro poderosos motores del porvenir humano, hoy día vemos también que no hay tampoco la regulación económica necesaria, sobre todo en el mercado mundial actual que se ha desarrollado desde los años noventa. Hay la lógica de la rentabilidad, es una lógica que produce las poluciones tan comunes, y que constituyen un peligro para todo el planeta. La única gran profecía de Karl Marx fue la idea que la mercancía va a reemplazar todas las relaciones humanas. Hoy día no son únicamente las relaciones humanas, las relaciones biológicas también, porque los genes –la vida misma– se han convertido en mercancías, en algo que se puede vender; se puede hacer de los genes una propiedad privada. Si vemos todos estos problemas, podemos decir que estamos en un Titanic planetario, con su «cuatrimotor» técnico, científico, económico y de beneficios, pero no controlado ética ni políticamente. ¿Dónde encontrar posibilidades de estas regulaciones y controles ético y político? Pienso que las fuentes pueden encontrarse en la segunda hélice de la mundialización; abandono la metáfora del cuatrimotor para tomar una nueva metáfora la de una doble hélice. La primera hélice –muy conocida– es la hélice que impulsó la mundialización comenzada a fines del siglo XV, con la conquista de América. Un proceso que continuó con la colonización, con la esclavitud, con la conquista, con el lucro. Es el fenómeno de la dominación. Y, al mismo tiempo, hay una segunda mundialización, que le es antagónica y también inseparable. La segunda mundialización empieza con Bartolomé de Las Casas, quien afirmó que los indios de las Américas tenían una personalidad humana, cosa que era negada por los teólogos católicos españoles. Se continuó con Montaigne, que decía que otras civilizaciones aparte de la occidental tienen sus valores. Se continuó con las ideas nacidas en el mundo mismo de la opresión, que fue el Occidente europeo: ideas de las libertades personales; las ideas universalistas y humanistas, que llevaron a la abolición de la esclavitud; los procesos de promoción de los derechos de los hombres y mujeres; los procesos de descolonización; la difusión de la democracia; y hoy en día la conciencia ecológica, es decir, de una comunidad de destino humano y del planeta. Esta segunda mundialización tiene en sí misma una fuerza, un motor de responsabilidad y de solidaridad. Es la conciencia también y el sentido de la comunidad de destino: comunidad de destino planetario –evidente–, pero también de continentes. Tenemos una comunidad europea. Se debe discutir, se debe desarrollar el sentido de la comunidad de destino latinoamericano. Esto es la conciencia, porque no se pueden adelantar las cosas sin la inteligencia y la conciencia que pueden introducir la ética y la política, los partidos políticos y el pensamiento político, en el desarrollo mismo. No hay que subordinar más el desarrollo humano al desarrollo económico; debemos invertir esto y subordinar el desarrollo económico al desarrollo humano. Ese me parece es el papel ético fundamental. No debemos ser simples objetos en este Titanic sin piloto, sino que debemos cambiar y ser sujetos de la aventura humana.