Tras la derrota sufrida por Alemania durante
la Primera Guerra Mundial, extinto el imperio y sumida la nación germana
en una terrible crisis económica, todavía tendría que enfrentar enormes cambios
sociales y políticos durante los primeros treinta años del siglo XX.
En noviembre de 1918, Guillermo II, emperador de
Alemania se vio obligado a abdicar dejando sin liderazgo a una golpeada
nación. Dos meses después, en la ciudad de Weimar, tuvo lugar una
asamblea nacional constituyente para celebrar elecciones, en las que se
decidió, perdido el imperio, fundar la República de Weimar, con la idea
de constituir la primera democracia parlamentaria germana. En febrero, la asamblea
eligió a Friedrich Ebert para ocupar el cargo de presidente de la
república.
La naciente república estuvo constituida por una
mayoría parlamentaria de tendencia socialdemócrata, con presencia del Partido Democrático
Alemán y el Partido Centralista. Con todo, la república de Weimar era una
nación muy frágil en términos políticos, enfrentándose a grandes dificultades
económicas propias de una posguerra.
Pese a ser, de manera oficial, una democracia, la
república de Weimar heredó las viejas formas monárquicas, al grado que el cargo
del gobernante era de presidente del imperio (Reich) con facultades
propias de un emperador. Con todo, la joven república estaba condenada al
fracaso cuando, medio año después, tuvo que enfrentar la firma del Tratado de
Versalles.
Tras la firma del tratado, Alemania se vio
restringida en todos sentidos, con buena parte de sus territorios perdidos,
deudas de guerra y estrictas prohibiciones respecto a su política exterior.
Todo ello contribuyó a exacerbar el espíritu nacionalista de los alemanes que
se sentían humillados tras la firma de dichos acuerdos. La peor parte era la
prohibición sobre la posible unificación de Austria con Alemania.
Con los tratados de Locarno en 1925,
la situación cambió y Alemania, ya más recuperada en el plano económico,
comenzó a ser tratada de manera igualitaria en el campo de la política
internacional. En 1926, la república de Weimar fue aceptada como miembro
de la Sociedad de las Naciones, antecesora de la actual ONU. Esta década fue particularmente brillante para la
república: las artes, la ciencia y la cultura alcanzaron un punto altísimo.
Estados Unidos había a apoyado financieramente la reconstrucción
alemana durante los años veinte, pero esta ayuda llegó a su fin cuando en 1929 Norteamérica vivió una de las peores crisis
económicas de su historia. El golpe repercutió en el mundo y particularmente en
la frágil república de Weimar.
Los años del fin se acercaban: en marzo de 1930, Hermann
Müller, del partido socialdemócrata, encabezó el último gobierno
mayoritario. Tuvo una disputa con los demás partidos que no lograban llegar a
acuerdos en temas de empleo. Estos desacuerdos fueron la causa del
desmoronamiento político. Tras la ruptura de esta unión partidista conocida
como “gran coalición”, le sucedió en el poder un gobierno burgués liderado por Heinrich
Brüning, del Partido Alemán del Centro, que sostuvieron en el poder al
mariscal Paul von Hindenburg, como presidente del Reich.
En septiembre de 1930, el parlamento (Reichstag)
tuvo elecciones y sorpresivamente el partido nacionalsocialista (NSDAP)
fue uno de los que más votaciones obtuvieron. Su guía, un oscuro pero
carismático líder llamado Adolf
Hitler se había popularizado atrayendo las simpatías de la clase
trabajadora y cierta ala burguesa a la que le gustaban sus radicalismos de
derecha. Los socialdemócratas se sintieron presionados y modificaron estatutos
para permitir la presencia del partido de Brüning en el gabinete y frenar, de
alguna manera, la presencia de la derecha radical en el poder.
Sin embargo, muchos de los nuevos estatutos
limitaron el poder del Reichstag y los partidos de derecha e izquierda,
antiparlamentarios, ganaron adeptos y simpatizantes. Hitler se presentó a sí
mismo y a su partido, como la única alternativa a los “peligros” del marxismo.
La estrategia
tendría resultados: en las votaciones de 1932, los nazis
obtuvieron la mayoría en el Parlamento y el ala conservadora logró convencer a Hindenburg,
segundo presidente de la República, de darle la cancillería al ya políticamente
poderoso Hitler. Heindenburg cedió, creyendo que con un parlamento
multipartidista, Hitler estaría controlado. El 30 de enero de 1933 se
nombró Kaiser (canciller) a Adolf Hitler, quien al poco tiempo cambió su
título por el Führer (conductor) del Tercer imperio (Reich) acabando con
la efímera República de Weimar.
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