El Papel
del Trabajo
en la Transformación del Mono en Hombre
en la Transformación del Mono en Hombre
(1876)
El trabajo es la fuente de toda
riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la
par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en
riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y
fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto
punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.
Hace muchos centenares de miles de
años, en una época, aún no establecida definitivamente, de aquel período del
desarrollo de la Tierra que los geólogos denominan terciario, probablemente a
fines de este período, vivía en algún lugar de la zona tropical - quizás en un
extenso continente hoy desaparecido en las profundidades del Océano Indico- una
raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha
dado una descripción aproximada de estos antepasados nuestros. Estaban
totalmente cubiertos de pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, vivían en los
árboles y formaban manadas .
Es de suponer que como consecuencia
directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que
desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron
acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron [67]
a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el
tránsito del mono al hombre.
Todos los monos antropomorfos que
existen hoy día pueden permanecer en posición erecta y caminar apoyándose
únicamente en sus pies; pero lo hacen sólo en caso de extrema necesidad y,
además, con suma torpeza. Caminan habitualmente en actitud semierecta, y su
marcha incluye el uso de las manos. La mayoría de estos monos apoyan en el
suelo los nudillos y, encogiendo las piernas, hacen avanzar el cuerpo por entre
sus largos brazos, como un cojo que camina con muletas. En general, aún hoy
podemos observar entre los monos todas las formas de transición entre la marcha
a cuatro patas y la marcha en posición erecta. Pero para ninguno de ellos ésta
última ha pasado de ser un recurso circunstancial.
Y puesto que la posición erecta había
de ser para nuestros peludos antepasados primero una norma, y luego, una
necesidad, de aquí se desprende que por aquel entonces las manos tenían que
ejecutar funciones cada vez más variadas. Incluso entre los monos existe ya
cierta división de funciones entre los pies y las manos. Como hemos señalado
más arriba, durante la trepa las manos son utilizadas de distinta manera que
los pies. Las manos sirven fundamentalmente para recoger y sostener los
alimentos, como lo hacen ya algunos mamíferos inferiores con sus patas
delanteras. Ciertos monos se ayudan de las manos para construir nidos en los
árboles; y algunos, como el chimpancé, llegan a construir tejadillos entre las
ramas, para defenderse de las inclemencias del tiempo. La mano les sirve para
empuñar garrotes, con los que se defienden de sus enemigos, o para bombardear a
éstos con frutos y piedras. Cuando se encuentran en la cautividad, realizan con
las manos varias operaciones sencillas que copian de los hombres. Pero aquí es
precisamente donde se ve cuán grande es la distancia que separa la mano
primitiva de los monos, incluso la de los antropoides superiores, de la mano
del hombre, perfeccionada por el trabajo durante centenares de miles de años.
El número y la disposición general de los huesos y de los músculos son los
mismos en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz
de ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano
de ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de
piedra, por tosco que fuese.
Por eso, las funciones, para las que
nuestros antepasados fueron adaptando poco a poco sus manos durante los muchos
miles de años que dura el período de transición del mono al hombre, sólo
pudieron ser, en un principio, funciones sumamente sencillas. Los salvajes más
primitivos, incluso aquellos en los que [68] puede presumirse el
retorno a un estado más próximo a la animalidad, con una degeneración física
simultánea, son muy superiores a aquellos seres del período de transición.
Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en cuchillo por
la mano del hombre, debió haber pasado un período de tiempo tan largo que, en
comparación con él, el período histórico conocido por nosotros resulta
insignificante. Pero se había dado ya el paso decisivo: la mano era libre
y podía adquirir ahora cada vez más destreza y habilidad; y ésta mayor
flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en
generación.
Vemos, pues, que la mano no es sólo el
órgano del trabajo; es también producto de él. Únicamente por el
trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas funciones, por la transmisión
hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos, los
ligamentos y, en un período más largo, también por los huesos, y por la
aplicación siempre renovada de estas habilidades heredadas a funciones nuevas y
cada vez más complejas, ha sido como la mano del hombre ha alcanzado ese grado
de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia, a los
cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música de Paganini.
Pero la mano no era algo con existencia
propia e independiente. Era únicamente un miembro de un organismo entero y
sumamente complejo. Y lo que beneficiaba a la mano beneficiaba también a todo
el cuerpo servido por ella; y lo beneficiaba en dos aspectos.
Primeramente, en virtud de la ley que
Darwin llamó de la correlación del crecimiento. Según ésta ley, ciertas formas
de las distintas partes de los seres orgánicos siempre están ligadas a
determinadas formas de otras partes, que aparentemente no tienen ninguna relación
con las primeras. Así, todos los animales que poseen glóbulos rojos sin núcleo
y cuyo occipital está articulado con la primera vértebra por medio de dos
cóndilos, poseen, sin excepción, glándulas mamarias para la alimentación de sus
crías. Así también, la pezuña hendida de ciertos mamíferos va ligada por regla
general a la presencia de un estómago multilocular adaptado a la rumia. Las
modificaciones experimentadas por ciertas formas provocan cambios en la forma
de otras partes del organismo, sin que estemos en condiciones de explicar tal
conexión. Los gatos totalmente blancos y de ojos azules son siempre o casi
siempre sordos. El perfeccionamiento gradual de la mano del hombre y la
adaptación concomitante de los pies a la marcha en posición erecta repercutieron
indudablemente, en virtud de dicha correlación, sobre otras partes del
organismo. [69] Sin embargo, ésta acción aún está tan poco estudiada
que aquí no podemos más que señalarla en términos generales.
Mucho más importante es la reacción
directa - posible de demostrar- del desarrollo de la mano sobre el resto del
organismo. Como ya hemos dicho, nuestros antepasados simiescos eran animales
que vivían en manadas; evidentemente, no es posible buscar el origen del
hombre, el más social de los animales, en unos antepasados inmediatos que no
viviesen congregados. Con cada nuevo progreso, el dominio sobre la naturaleza,
que comenzara por el desarrollo de la mano, con el trabajo, iba ampliando los
horizontes del hombre, haciéndole descubrir constantemente en los objetos
nuevas propiedades hasta entonces desconocidas. Por otra parte, el desarrollo
del trabajo, al multiplicar los casos de ayuda mutua y de actividad conjunta, y
al mostrar así las ventajas de ésta actividad conjunta para cada individuo,
tenía que contribuir forzosamente a agrupar aún más a los miembros de la
sociedad. En resumen, los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron
necesidad de decirse algo los unos a los otros. La necesidad creó el
órgano: la laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero
firmemente, mediante modulaciones que producían a su vez modulaciones más
perfectas, mientras los órganos de la boca aprendían poco a poco a pronunciar
un sonido articulado tras otro.
La comparación con los animales nos
muestra que ésta explicación del origen del lenguaje a partir del trabajo y con
el trabajo es la única acertada. Lo poco que los animales, incluso los más
desarrollados, tienen que comunicarse los unos a los otros puede ser
transmitido sin el concurso de la palabra articulada. Ningún animal en estado
salvaje se siente perjudicado por su incapacidad de hablar o de comprender el
lenguaje humano. Pero la situación cambia por completo cuando el animal ha sido
domesticado por el hombre. El contacto con el hombre ha desarrollado en el
perro y en el caballo un oído tan sensible al lenguaje articulado, que estos
animales pueden, dentro del marco de sus representaciones, llegar a comprender
cualquier idioma. Además, pueden llegar a adquirir sentimientos desconocidos
antes por ellos, como son el apego al hombre, el sentimiento de gratitud, etc.
Quien conozca bien a estos animales, difícilmente podrá escapar a la convicción
de que, en muchos casos, ésta incapacidad de hablar es experimentada ahora
por ellos como un defecto. Desgraciadamente, este defecto no tiene remedio,
pues sus órganos vocales se hallan demasiado especializados en determinada
dirección. Sin embargo, cuando existe un órgano apropiado, ésta incapacidad
puede ser superada dentro de ciertos límites. Los órganos bucales de las aves
se distinguen en forma radical de los del hombre, y, sin embargo, [70]
las aves son los únicos animales que pueden aprender a hablar; y el ave de voz
más repulsiva, el loro, es la que mejor habla. Y no importa que se nos objete
diciéndonos que el loro no entiende lo que dice. Claro está que por el solo
gusto de hablar y por sociabilidad con los hombres el loro puede estar
repitiendo horas y horas todo su vocabulario. Pero, dentro del marco de sus
representaciones, puede también llegar a comprender lo que dice. Enseñad a un
loro a decir palabrotas, de modo que llegue a tener una idea de su
significación (una de las distracciones favoritas de los marineros que regresan
de las zonas cálidas), y veréis muy pronto que en cuanto lo irritáis hace uso
de esas palabrotas con la misma corrección que cualquier verdulera de Berlín. Y
lo mismo ocurre con la petición de golosinas.
Primero el trabajo, luego y con él la
palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia
el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano, que, a
pesar de toda su similitud, lo supera considerablemente en tamaño y en
perfección. Y a medida que se desarrollaba el cerebro, sedesarrollaban también
sus instrumentos más inmediatos: los órganos de los sentidos. De la misma
manera que el desarrollo gradual del lenguaje va necesariamente acompañado del
correspondiente perfeccionamiento del órgano del oído, así también el
desarrollo general del cerebro va ligado al perfeccionamiento de todos los
órganos de los sentidos. La vista del águila tiene mucho más alcance que la del
hombre, pero el ojo humano percibe en las cosas muchos más detalles que el ojo
del águila. El perro tiene un olfato mucho más fino que el hombre, pero no
puede captar ni la centésima parte de los olores que sirven a éste de signos
para diferenciar cosas distintas. Y el sentido del tacto, que el mono posee a
duras penas en la forma más tosca y primitiva, se ha ido desarrollando
únicamente con el desarrollo de la propia mano del hombre, a través del
trabajo.
El desarrollo del cerebro y de los
sentidos a su servicio, la creciente claridad de conciencia, la capacidad de
abstracción y de discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su vez sobre
el trabajo y la palabra, estimulando más y más su desarrollo. Cuando el hombre
se separa definitivamente del mono, este desarrollo no cesa ni mucho menos,
sino que continúa, en distinto grado y en distintas direcciones entre los
distintos pueblos y en las diferentes épocas, interrumpido incluso a veces por
regresiones de carácter local o temporal, pero avanzando en su conjunto a
grandes pasos, considerablemente impulsado y, a la vez, orientado en un sentido
más preciso por un nuevo elemento que surge con la aparición del hombre
acabado: la sociedad.
Seguramente hubieron de pasar
centenares de miles de años [71] - que en la historia de la Tierra
tienen menos importancia que un segundo en la vida de un hombre - antes de que
la sociedad humana surgiese de aquellas manadas de monos que trepaban por los
árboles. Pero, al fin y al cabo, surgió. ¿Y qué es lo que volvemos a encontrar
como signo distintivo entre la manada de monos y la sociedad humana? Otra vez el
trabajo. La manada de monos se contentaba con devorar los alimentos de un
área que determinaban las condiciones geográficas o la resistencia de las
manadas vecinas. Trasladábase de un lugar a otro y entablaba luchas con otras
manadas para conquistar nuevas zonas de alimentación: pero era incapaz de
extraer de estas zonas más de lo que la naturaleza buenamente le ofrecía, si
exceptuamos la acción inconsciente de la manada, al abonar el suelo con sus
excrementos. Cuando fueron ocupadas todas las zonas capaces de proporcionar
alimento, el crecimiento de la población simiesca fue ya imposible; en el mejor
de los casos el número de sus animales podía mantenerse al mismo nivel. Pero
todos los animales son unos grandes despilfarradores de alimentos; además, con
frecuencia destruyen en germen la nueva generación de reservas alimenticias. A
diferencia del cazador, el lobo no respeta la cabra montés que habría de
proporcionarle cabritos al año siguiente; las cabras de Grecia, que devoran los
jóvenes arbustos antes de que puedan desarrollarse, han dejado desnudas todas
las montañas del país. Esta «explotación rapaz» llevada a cabo por los animales
desempeña un gran papel en la transformación gradual de las especies, al
obligarlas a adaptarse a unos alimentos que no son los habituales para ellas,
con lo que cambia la composición química de su sangre y se modifica poco a poco
toda la constitución física del animal; las especies ya plasmadas desaparecen.
No cabe duda de que ésta explotación rapaz contribuyó en alto grado a la
humanización de nuestros antepasados, pues amplió el número de plantas y las
partes de éstas utilizadas en la alimentación por aquella raza de monos que
superaba con ventaja a todas las demás en inteligencia y en capacidad de
adaptación. En una palabra, la alimentación, cada vez más variada, aportaba al
organismo nuevas y nuevas substancias, con lo que fueron creadas las
condiciones químicas para la transformación de estos monos en seres humanos.
Pero todo esto no era trabajo en el verdadero sentido de la palabra. El trabajo
comienza con la elaboración de instrumentos. ¿Y qué son los instrumentos más
antiguos, si juzgamos por los restos que nos han llegado del hombre
prehistórico, por el género de vida de los pueblos más antiguos que [72]
registra la historia, así como por el de los salvajes actuales más primitivos?
Son instrumentos de caza y de pesca; los primeros utilizados también como
armas. Pero la caza y la pesca suponen el tránsito de la alimentación
exclusivamente vegetal a la alimentación mixta, lo que significa un nuevo paso
de suma importancia en la transformación del mono en hombre. El consumo de
carne ofreció al organismo, en forma casi acabada, los ingredientes más
esenciales para su metabolismo. Con ello acortó el proceso de la digestión y
otros procesos de la vida vegetativa del organismo (es decir, los procesos
análogos a los de la vida de los vegetales), ahorrando así tiempo, materiales y
estímulos para que pudiera manifestarse activamente la vida propiamente animal.
Y cuanto más se alejaba el hombre en formación del reino vegetal, más se
elevaba sobre los animales. De la misma manera que el hábito a la alimentación
mixta convirtió al gato y al perro salvajes en servidores del hombre, así
también el hábito a combinar la carne con la dieta vegetal contribuyó
poderosamente a dar fuerza física e independencia al hombre en formación. Pero
donde más se manifestó la influencia de la dieta cárnea fue en el cerebro, que
recibió así en mucha mayor cantidad que antes las substancias necesarias para
su alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento fue haciéndose
mayor y más rápido de generación en generación. Debemos reconocer - y perdonen
los señores vegetarianos- que no ha sido sin el consumo de la carne como el
hombre ha llegado a ser hombre; y el hecho de que, en una u otra época de la
historia de todos los pueblos conocidos, el empleo de la carne en la
alimentación haya llevado al canibalismo (aún en el siglo X, los antepasados de
los berlineses, los veletabos o vilzes, solían devorar a sus progenitores) es
una cuestión que no tiene hoy para nosotros la menor importancia.
El consumo de carne en la alimentación
significó dos nuevos avances de importancia decisiva: el uso del fuego y la
domesticación de animales. El primero redujo aún más el proceso de la
digestión, ya que permitía llevar a la boca comida, como si dijéramos, medio
digerida; el segundo multiplicó las reservas de carne, pues ahora, a la par con
la caza, proporcionaba una nueva fuente para obtenerla en forma más regular. La
domesticación de animales también proporcionó, con la leche y sus derivados, un
nuevo alimento, que en cuanto a composición era por lo menos del mismo valor
que la carne. Así, pues, estos dos adelantos se convirtieron directamente para
el hombre en nuevos medios de emancipación. No podemos detenernos aquí a
examinar en detalle sus consecuencias indirectas, a pesar de toda la
importancia que hayan podido tener para el desarrollo del hombre y de la
sociedad, pues tal examen nos apartaría demasiado de nuestro tema.
El hombre, que había aprendido a comer
todo lo comestible, aprendió también, de la misma manera, a vivir en cualquier
clima. Se extendió por toda la superficie habitable de la Tierra siendo el
único animal capaz de hacerlo por propia iniciativa. Los demás animales que se
han adaptado a todos los climas - los animales domésticos y los insectos
parásitos- no lo lograron por sí solos, sino únicamente siguiendo al hombre. Y
el paso del clima uniformemente cálido de la patria original, a zonas más frías
donde el año se dividía en verano e invierno, creó nuevas necesidades, al
obligar al hombre a buscar habitación y a cubrir su cuerpo para protegerse del
frío y de la humedad. Así surgieron nuevas esferas de trabajo y, con ellas,
nuevas actividades que fueron apartando más y más al hombre de los animales.[73]
Gracias a la cooperación de la mano, de
los órganos del lenguaje y del cerebro, no sólo en cada individuo, sino también
en la sociedad, los hombres fueron aprendiendo a ejecutar operaciones cada vez
más complicadas, a plantearse y a alcanzar objetivos cada vez más elevados. El
trabajo mismo se diversificaba y perfeccionaba de generación en generación
extendiéndose cada vez a nuevas actividades. A la caza y a la ganadería vino a
sumarse la agricultura, y más tarde el hilado y el tejido, el trabajo de los
metales, la alfarería y la navegación. Al lado del comercio y de los oficios
aparecieron, finalmente, las artes y las ciencias; de las tribus salieron las
naciones y los Estados. Se desarrollaron el Derecho y la Política, y con ellos
el reflejo fantástico de las cosas humanas en la mente del hombre: la religión.
Frente a todas estas creaciones, que se manifestaban en primer término como
productos del cerebro y parecían dominar las sociedades humanas, las
producciones más modestas, fruto del trabajo de la mano, quedaron relegadas a
segundo plano, tanto más cuanto que en una fase muy temprana del desarrollo de
la sociedad (por ejemplo, ya en la familia primitiva), la cabeza que planeaba
el trabajo era ya capaz de obligar a manos ajenas a realizar el trabajo
proyectado por ella. El rápido progreso de la civilización fue atribuido
exclusivamente a la cabeza, al desarrollo y a la actividad del cerebro. Los
hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar de
buscar ésta explicación en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la
cabeza del hombre, que así cobra conciencia de ellas). Así fue cómo, con el
transcurso del tiempo, surgió esa concepción idealista del mundo que ha
dominado el cerebro de los hombres, sobre todo desde la desaparición del mundo antiguo,
y que todavía lo sigue dominando hasta el punto de que incluso los naturalistas
de la escuela darviniana más allegados al materialismo son aún incapaces de
formarse una idea clara acerca del origen del hombre, pues esa misma [74]
influencia idealista les impide ver el papel desempeñado aquí por el trabajo.
Los animales, como ya hemos indicado de
pasada, también modifican con su actividad la naturaleza exterior, aunque no en
el mismo grado que el hombre; y estas modificaciones provocadas por ellos en el
medio ambiente repercuten, como hemos visto, en sus originadores,
modificándolos a su vez. En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada
fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente
el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a
nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples. Ya hemos
visto cómo las cabras han impedido la repoblación de los bosques en Grecia; en
Santa Elena, las cabras y los cerdos desembarcados por los primeros navegantes
llegados a la isla exterminaron casi por completo la vegetación allí existente,
con lo que prepararon el suelo para que pudieran multiplicarse las plantas
llevadas más tarde por otros navegantes y colonizadores. Pero la influencia
duradera de los animales sobre la naturaleza que los rodea es completamente
involuntaria y constituye, por lo que a los animales se refiere, un hecho
accidental. Pero cuanto más se alejan los hombres de los animales, más adquiere
su influencia sobre la naturaleza el carácter de una acción intencional y
planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de antemano. Los animales
destrozan la vegetación del lugar sin darse cuenta de lo que hacen. Los
hombres, en cambio, cuando destruyen la vegetación lo hacen con el fin de
utilizar la superficie que queda libre para sembrar cereales, plantar árboles o
cultivar la vid, conscientes de que la cosecha que obtengan superará varias
veces lo sembrado por ellos. El hombre traslada de un país a otro plantas
útiles y animales domésticos modificando así la flora y la fauna de continentes
enteros. Más aún; las plantas y los animales, cultivadas aquéllas y criados
éstos en condiciones artificiales, sufren tales modificaciones bajo la
influencia de la mano del hombre que se vuelven irreconocibles. Hasta hoy día
no han sido hallados aún los antepasados silvestres de nuestros cultivos
cerealistas. Aún no ha sido resuelta la cuestión de saber cuál es el animal que
ha dado origen a nuestros perros actuales, tan distintos unos de otros, o a las
actuales razas de caballos, también tan numerosas.
Por lo demás, de suyo se comprende que
no tenemos la intención de negar a los animales la facultad de actuar en forma
planificada, de un modo premeditado. Por el contrario, la acción planificada
existe en germen dondequiera que el protoplasma - la albúmina viva- exista y
reaccione, es decir, realice determinados movimientos, aunque sean los más
simples, en respuesta a [75] determinados estímulos del exterior.
Esta reacción se produce, no digamos ya en la célula nerviosa, sino incluso
cuando aún no hay célula de ninguna clase. El acto mediante el cual las plantas
insectívoras se apoderan de su presa, aparece también, hasta cierto punto, como
un acto planeado, aunque se realice de un modo totalmente inconsciente. La
facultad de realizar actos conscientes y premeditados se desarrolla en los
animales en correspondencia con el desarrollo del sistema nervioso, y adquiere
ya en los mamíferos un nivel bastante elevado. Durante la caza inglesa de la
zorra puede observarse siempre la infalibilidad con que la zorra utiliza su
perfecto conocimiento del lugar para ocultarse a sus perseguidores, y lo bien
que conoce y sabe aprovechar todas las ventajas del terreno para despistarlos.
Entre nuestros animales domésticos, que han llegado a un grado más alto de
desarrollo gracias a su convivencia con el hombre, pueden observarse a diario
actos de astucia, equiparables a los de los niños, pues lo mismo que el
desarrollo del embrión humano en el claustro materno es una repetición
abreviada de toda la historia del desarrollo físico seguido a través de
millones de años por nuestros antepasados del reino animal, a partir del
gusano, así también el desarrollo mental del niño representa una repetición,
aún más abreviada, del desarrollo intelectual de esos mismos antepasados, en
todo caso de los menos remotos. Pero ni un solo acto planificado de ningún
animal ha podido imprimir en la naturaleza el sello de su voluntad. Sólo el
hombre ha podido hacerlo.
Resumiendo: lo único que pueden hacer
los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el
mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la
naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última
instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás
animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo .
Sin embargo, no nos dejemos llevar del
entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de
estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las
primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero
en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas,
totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que en
Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para
obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los
bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, [76]
estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos
de los Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos,
conservados con tanto celo en las laderas septentrionales, no tenían ni idead
de que con ello destruían las raíces de la industria lechera en su región; y
mucho menos podían prever que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año
sin agua sus fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el período
de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie.
Los que difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían que con este
tubérculo farináceo difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los
hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en
nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el
dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por
nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza,
nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que,
a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de
aplicarlas adecuadamente.
En efecto, cada día aprendemos a
comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer tanto los efectos
inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra intromisión en el curso
natural de su desarrollo. Sobre todo después de los grandes progresos logrados
en este siglo por las Ciencias Naturales, nos hallamos en condiciones de
prever, y, por tanto, de controlar cada vez mejor las remotas consecuencias
naturales de nuestros actos en la producción, por lo menos de los más
corrientes. Y cuanto más sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los
hombres su unidad con la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y
antinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la
naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a
raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento
en el cristianismo.
Más, si han sido precisos miles de años
para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas
consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho
más le costó aprender a calcular las remotas consecuencias sociales de
esos mismos actos. Ya hemos hablado más arriba de la patata y de sus
consecuencias en cuanto a la difusión de la escrofulosis: Pero, ¿qué
importancia puede tener la escrofulosis comparada con los efectos que sobre las
condiciones de vida de las masas del pueblo de países enteros ha tenido la
reducción de la dieta de los trabajadores a simples patatas, con el hambre que
se extendió [77] en 1847 por Irlanda a consecuencia de una
enfermedad de este tubérculo, y que llevó a la tumba a un millón de irlandeses
que se alimentaban exclusivamente o casi exclusivamente de patatas y obligó a
emigrar allende el océano a otros dos millones? Cuando los árabes aprendieron a
destilar el alcohol, ni siquiera se les ocurrió pensar que habían creado una de
las armas principales con que habría de ser exterminada la población indígena
del continente americano, aún desconocido, en aquel entonces. Y cuando Colón
descubrió más tarde América, no sabía que a la vez daba nueva vida a la
esclavitud, desaparecida desde hacía mucho tiempo en Europa, y sentaba las
bases de la trata de negros. Los hombres que en los siglos XVII y XVIII
trabajaron para crear la máquina de vapor, no sospechaban que estaban creando
un instrumento que habría de subvertir, más que ningún otro, las condiciones
sociales en todo el mundo, y que, sobre todo en Europa, al concentrar la
riqueza en manos de una minoría y al privar de toda propiedad a la inmensa
mayoría de la población, habría de proporcionar primero el dominio social y
político a la burguesía y provocar después la lucha de clases entre la
burguesía y el proletariado, lucha que sólo puede terminar con el derrocamiento
de la burguesía y la abolición de todos los antagonismos de clase. Pero también
aquí, aprovechando una experiencia larga, y a veces cruel, confrontando y
analizando los materiales proporcionados por la historia, vamos aprendiendo
poco a poco a conocer las consecuencias sociales indirectas y más remotas de
nuestros actos en la producción, lo que nos permite extender también a estas
consecuencias nuestro dominio y nuestro control.
Sin embargo, para llevar a cabo este
control se requiere algo más que el simple conocimiento. Hace falta una
revolución que transforme por completo el modo de producción existente hasta
hoy día y, con él, el orden social vigente.
Todos los modos de producción que han
existido hasta el presente sólo buscaban el efecto útil del trabajo en su forma
más directa e inmediata. No hacían el menor caso de las consecuencias remotas,
que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta únicamente gracias a un
proceso de repetición y acumulación gradual. La primitiva propiedad comunal de
la tierra correspondía, por un lado, a un estado de desarrollo de los hombres
en el que el horizonte de éstos quedaba limitado, por lo general, a las cosas
más inmediatas, y presuponía, por otro lado, cierto excedente de tierras
libres, que ofrecía cierto margen para neutralizar los posibles resultados
adversos de ésta economía positiva. Al agotarse el excedente de tierras libres,
comenzó la decadencia de la propiedad comunal. Todas las formas más elevadas de
producción [78] que vinieron después condujeron a la división de la
población en clases diferentes y, por tanto, al antagonismo entre las clases
dominantes y las clases oprimidas. En consecuencia, los intereses de las clases
dominantes se convirtieron en el elemento propulsor de la producción, en cuanto
ésta no se limitaba a mantener bien que mal la mísera existencia de los
oprimidos. Donde esto halla su expresión más acabada es en el modo de
producción capitalista que prevalece hoy en la Europa Occidental. Los
capitalistas individuales, que dominan la producción y el cambio, sólo pueden
ocuparse de la utilidad más inmediata de sus actos. Más aún; incluso ésta misma
utilidad -por cuanto se trata de la utilidad de la mercancía producida o
cambiada- pasa por completo a segundo plano, apareciendo como único incentivo
la ganancia obtenida en la venta.
* * *
La ciencia social de la burguesía, la
Economía Política clásica, sólo se ocupa preferentemente de aquellas
consecuencias sociales que constituyen el objetivo inmediato de los actos
realizados por los hombres en la producción y el cambio. Esto corresponde plenamente
al régimen social cuya expresión teórica es esa ciencia. Por cuanto los
capitalistas aislados producen o cambian con el único fin de obtener beneficios
inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más
próximos y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerciante vende la
mercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia habitual, se da por
satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir después con esa
mercancía y su comprador. Igual ocurre con las consecuencias naturales de esas
mismas acciones. Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban los bosques
en las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que sólo les
alcanzaba para fertilizar una generación de cafetos de alto rendimiento,
·poco les importaba que las lluvias torrenciales de los trópicos barriesen la
capa vegetal del suelo, privada de la protección de los árboles, y no dejasen
tras sí más que rocas desnudas! Con el actual modo de producción, y por lo que
respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales
de los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son
sólo los primeros resultados, los más palpables. Y luego hasta se manifiesta
extrañeza de que las consecuencias remotas de las acciones que perseguían esos
fines resulten ser muy distintas y, en la mayoría de los casos, hasta
diametralmente opuestas; de que la armonía entre la oferta y la demanda se
convierta en su antípoda, como nos lo demuestra [79] el curso de
cada uno de esos ciclos industriales de diez años, y como han podido
convencerse de ello los que con el «crac» han vivido en Alemania un
pequeño preludio; de que la propiedad privada basada en el trabajo de uno mismo
se convierta necesariamente, al desarrollarse, en la desposesión de los
trabajadores de toda propiedad, mientras toda la riqueza se concentra más y más
en manos de los que no trabajan; de que [...]
NOTAS
43 El presente artículo fue ideado
inicialmente como introducción a un trabajo más extenso denominado "Tres
formas fundamentales de esclavización". Pero, visto que el propósito no se
cumplía, Engels acabó por dar a la introducción el título "El papel del
trabajo en el proceso de transformación del mono en hombre". Engels
explica en ella el papel decisivo del trabajo, de la producción de
instrumentos, en la formación del tipo físico del hombre y la formación de la
sociedad humana, mostrando que, a partir de un antepasado parecido al mono,
como resultado de un largo proceso histórico, se desarrolló un ser
cualitativamente distinto, el hombre. Lo más probable es que el artículo haya
sido escrito en junio de 1876.- 66
44 Véase el libro de C. Darwin "The
Descent of Man and Selection in Relation to Sex" («El origen del hombre y
la selección sexual»), publicado en Londres en 1871.- 66
Sir William Thomson, autoridad de
primer orden en la materia calculó que ha debido transcurrir poco más de
cien millones de años desde el momento en que la Tierra se enfrió lo
suficiente para que en ella pudieran vivir las plantas y los animales. (Nota de
Engels).
Acotación al margen: «Ennoblecimiento».
45 Se trata de la crisis económica
mundial de 1873. En Alemania, la crisis comenzó con una «grandiosa bancarrota»
en mayo de 1873, preludio de la crisis que duró hasta fines de los años 70.-
79, 88, 438
Aquí se interrumpe el manuscrito. (N.
de la Edit.).